A continuación les voy a dejar dos fragmentos de una entrevista que me parece maravillosa de Leonardo Padrón al cantautor argentino Facundo Cabral. El primero narra una anécdota de su infancia que creo que es un gran ejemplo de lucha desde la más pura inocencia... La segunda anécdota, que parece poesía, es sobre un concierto en nuestro Aula Magna, supongo que su ultima presentación en el país.
Un viaje de iniciación.
Exactamente…Recién ahora lo estoy pensando. Me crucé con
gente de mucho dinero que me llevaba en su auto cien kilómetros,
gente que me llevaba a caballo otros veinte kilómetros, y, bueno,
así llegué a Buenos Aires y le pregunté a un vendedor de
verduras que estaba en la Plaza Constitución:
“Oye ¿conoces a un señor que se llama Perón?”…
Menuda pregunta.
Por eso no quiero que suene a anuncio político... Y me dice que
sí, que es el presidente del país. “¿Dónde puedo hablar con él?”,
le pregunto y me responde: “Bueno, vas derecho por la 9 de julio,
cruzás a la derecha que es la calle Pellegrini, llegás a la Avenida de
Mayo, doblás a la derecha, hacés cuatro o cinco cuadras, llegás a
una plaza, detrás de allí hay una casa absurda, ridículamente pintada
de rosado, y bueno, ahí es”, me dijo muy burlón. Y yo pensé
que “no es cierto, el presidente no puede estar en una casa rosada”.
Entonces me dice que los presidentes suelen ser gente ocupada
y que es muy difícil que me atienda. “Además –me dice- sos
un niño, muy poco serio. Te van a mandar a la sociedad de no sé
qué. Pero mira, yo leí en el periódico que mañana es el aniversario
de la Ciudad de La Plata. Ve ahí, que a lo mejor cuando entre a la
Catedral puedes llegar a él. No creo que sea fácil, pero tú ve”.
De allí había salido con mi madre. Yo nací a dos cuadras de donde
después me encontré con Perón. Mira lo que es el círculo. Yo, sin
darme cuenta, había cerrado mi primer círculo a los nueve años.
Era 1946, recién había subido al poder y Perón era el profeta que
volvía a la tierra. Él fue tal vez el hombre más amado de la historia
argentina en su momento
El mesías prometido.
El Mesías y con ella, con Eva… hermosa… mi Dios. Ese vendedor
de la plaza fue mi primer socio. Muchos años después, cuando
empecé a ser conocido y había aparecido en televisión, siempre
que iba a un programa preguntaba por el tipo de la plaza y un día
lo reencontré, muy viejecito. Mira lo que es la vida. Él me pagó el
tren y fue mi primer viaje pago. Me compró un sándwich glorioso
y yo salí y pasé toda la noche en la Catedral. A la mañana siguiente
empezaron a llegar multitudes y a las doce llegó el auto espléndido,
un auto descapotable, delante el chofer, el gobernador, que
era un coronel mercante, y atrás, de pie, a la izquierda, la señora
Eva. Fue la primera cosa bella que ví en mi vida. Yo descubrí a la
mujer con Eva Perón. ¡La belleza, con un vestido!... Y a la derecha,
estaba Perón con su uniforme de gala, ¡espléndido! Corrí hacia el
auto y cuando estaba llegando me cazó un policía, pero Perón
estaba saludando por ese lado y lo vio y le dijo: “Déjelo que venga”. Y
fui hasta el auto, me subí al estribo y entonces me dijo: “¿Querías
hablar conmigo?” Y le digo, “Sí ¿hay trabajo?”. Hizo parar el auto
en medio de la multitud. Le repito “¿hay trabajo?”. Y la señora Eva,
que iba al lado, escuchó, se acercó y me dijo: “¡Por fin alguien
que pide trabajo y no limosna! Por supuesto que hay trabajo, mi
amor, siempre hay trabajo. Encárguense del niño”. Me llevaron a
un lugar, me dieron ropa nueva, me bañé después de meses, comí
comida caliente. Me sentí respetado, sentí que era parte de la sociedad.
La señora Eva llegó como a las tres horas, ante el asombro de
toda esa gente, y dijo: “Mi amor, tuvimos suerte, ya conseguimos
un trabajo para tu madre”. Así fue como nos fuimos a vivir a una
escuela en Tandil, a 400 kilómetros al sur de Buenos Aires, en la
Provincia de Buenos Aires. Mi madre estuvo internada un año, le
salvaron la vida.
Cuando algunos cronistas dicen que eres una suerte de gurú,
un sacerdote, un profeta o dicen que eres el juglar del siglo XX,
¿te parece excesivo o un justo reconocimiento?
Sospecho que no entiendo de qué se habla porque ese no era el
plan. Yo lo agradezco mucho, porque para mí, como público, digo
que Silvio Rodríguez y Pablo Milanés son el lujo de la canción de la
lengua española. ¡Son el Rolls Royce!, me sale del alma. A lo mejor
ellos, cuando dicen que soy un gurú, lo dicen con el mismo amor
y el mismo aprecio, ¿qué se yo? Tal vez. Pero si es así, no es cosa
mía, yo vivo y cuento mi experiencia.
¿Te puedo contar una historia que sucedió acá, en Venezuela?, te
digo porque esto es clave para lo que estaba diciendo recién de que
hay gente que cree que uno es un gurú…
Estaba en el Aula Magna de la Ciudad Universitaria, en Caracas,
llena de un público donde todos eran jóvenes, menos una viejecita,
además, muy humilde. Todo el mundo la veía extrañado porque
era como si la Madre Teresa estuviera en un concierto de los
Rolling Stones. Era muy raro. Antes de que terminara de cantar,
ella se subió al escenario, y yo tuve que parar porque ella subió a
saludarme y no había terminado “No soy de aquí ni soy de allá”, la
última canción del concierto. Ella subió y me dijo: “Señor Cabral,
perdone que le interrumpa pero le quiero dar un beso y un
abrazo”. Los muchachos estaban todos encantados con esa viejecita
que cortaba la canción y subía a darme un abrazo ya mismo.
Y entonces ella me dijo: “¿Sabe?, estoy tan feliz porque usted me contó un
cuento hoy. Es más, mire, ¿sabe que era lo que más me gustaba
a mí cuando yo era niña?” No. “Que mis padres me contaran un
cuento”. Ya se iba y se devolvió para decir: “Un día fueron a la Isla
de Margarita y la barca naufragó y murieron los dos. Me quedé sin
mi cuento, claro. Me llevaron a un asilo de monjas y yo todas las
noches esperaba mi cuento, pero pobrecitas, estaban tan ocupadas,
tantos niños. Pasó el tiempo y yo esperaba; siempre seguí esperando
mi cuento. Yo necesitaba mi cuento y no aparecía. Me casaron
con un señor que traía cosas al asilo que no sólo no me contaba
cuentos, ni siquiera me hablaba; yo lo único que sabía era que cada
vez que llegaba borracho íbamos a tener un hijo más”. La viejecita
hace como que se va, pero se devuelve: “…Y yo esperando mi
cuento, y me quedo sola con mis niños porque él se fue también, y
los voy criando, siete hijos, me dice, como Sara, como usted contó
de su madre, y ya ve que la vida se los lleva, la vida te los presta
un rato, pasan por uno y se los llevó la vida. Yo sola esperando mi
cuento y llego a esta edad y viene usted y me cuenta un cuento,
¿cómo no lo voy a querer?”…Y me vuelve a abrazar. Los muchachos
del Aula Magna, ya enloquecidos, la aplaudían, fue maravilloso.
Después me dice: “Esta noche aprendí para qué sirve un cuento:
cuando era niña servía para que me durmiera en paz, y ahora
usted me cuenta un cuento para que yo me muera en paz porque
tengo un cáncer terminal. ¡Que Dios lo bendiga!”…En ese
momento supe para qué subo al escenario.
Alguien se muere en paz porque uno le contó un cuento.
La entrevista completa a quien quiera leerla... =)
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